Especiales

viernes, 12 de febrero de 2010

Héctor Pérez Martínez, 62 años de presencia

Mensaje leído por la escritora Silvia Molina, en Campeche, en el homenaje por el aniversario luctuoso de su padre, Héctor Pérez Martinez. Campechano ilustre


Querido papá:

Hoy, hace 62 años, te fuiste. Estabas en casa del coronel Serrano, en el puerto de Veracruz, donde te había sugerido el doctor Campos que te retiraras a descansar unos días, y donde el presidente Miguel Alemán te había insistido que fueras, con la esperanza de que el nivel del mar te ayudara a reducir la presión, aunque sabían que tu gravedad provenía de los riñones y no tenían muchas esperanzas.

En aquella época, la medicina no era como ahora. Quiero decir, papá, que ya estamos en el siglo XXI y te parecería ciencia ficción. En estos días tu problema no habría sido mortal, ¡qué le vamos a hacer! De todas maneras tenías trazado tu destino. Si hubieras vivido más, quizá las cosas habrían sido diferentes, quién sabe qué habría pasado:, yo misma no sería lo que soy y me gusta ser.

Te acompañaron a Veracruz mi mamá, su hermana Refugio y su esposo, el periodista español Rafael Sánchez de Ocaña, Juan Manuel Celis Ponce, mi primo Nito, quien fue como otro hijo para ti, y quien ido tú fue como otro padre para mí porque, si recuerdas, yo tenía apenas un año cinco meses cuando nos dejaste; ah, y Sarita, su esposa: ambos devolvieron con creces el cariño que les diste. Los vi a todos ellos en las fotografías de los periódicos bajando del avión que te trajo a México de regreso. Vi al gabinete del presidente Alemán, esperándote en el hangar presidencial con caras largas y preocupadas. Me asustó ver a mi mamá desecha.

Sé que estuve en tus brazos muchísimas veces y que me cantabas con esa voz que sí conocí y que sí recuerdo porque te oí en un disco que grabaste en la casa con tu aparato RCA VÍCTOR. Yo tenía seis años cuando te oí. Me impresioné mucho. En uno de ellos cantas Las golondrinas, por eso no las puedo escuchar sin llorar, y cancioncillas pícaras de la época, haciendo gala de tu sentido del humor: "Ciento cincuenta pesos daba una viuda, por la sotana vieja del señor cura, y el cura le contesta con gran contento, no vendo la sotana si no voy dentro". Pero te soy franca, no me acuerdo de ti. Algo, nada más, una escena borrosa pero estoy segura:

Estás en la cama del lado de la ventana porque sé que he dado la vuelta para encontrarte, y me levantas en vilo. Me sientas sobre tu panza y nos reímos.

Es todo, no recuerdo tu rostro sólo siento tus manos envolviéndome. Voy a ser sincera: no quiero ofenderte, pero no me hiciste falta, papá. Tuve una infancia como cualquier otra. Mis tres hermanos me cantaban, me contaban cuentos y jugaban conmigo. No supe que lo normal era tener papá, hasta que entré a la escuela y en la fiesta de fin de año vi a mis compañeras con sus padres. Entonces pregunté y me dijeron: "No tienes papá porque se murió". Y entendí sin más explicación. Lo sabía pero nadie se atrevía a decírmelo. Si hubieran sabido que iba ser tan fácil, me lo hubieran dicho antes, ¿no crees?

Descubrí qué cosa era un papá con Claudio, mi esposo. Estoy casada con el bisnieto de un doctor del que hablas en Juárez, el impasible. Aquél Molina chileno que vino a México desde Estados Unidos a pelear al lado de Juárez y que se quedó en Veracruz. Qué coincidencia, ¿verdad? Te hubiera caído bien. Tengo dos hijas y dos nietos educados en el amor a tu tierra, saben que vienen de este mar, puedes estar tranquilo. Aquí vacacionan sin mí, como cualquier hijo de vecino: quieren afianzar, a su modo, lo que llevan en la sangre, como yo.

Aprovecho para decirte, no te ofendas, que no llevo tu nombre sino el de mi marido. Muchos años nadie sabía que era tu hija. Me pasó más o menos lo que nos acaba de contar el viernes pasado en una cena el filósofo Savater. Dijo que el rey de España tenía caballos y le encantaba montar. Una noche le preguntó por qué no jugó nunca polo oficialmente y el rey le contestó que sus consejeros le habían dicho: "Mire usted, su majestad, si juega y pierde, van a decir que qué malo es usted para todo; si usted gana, van a decir que hicieron trampa para dejarlo ganar." Así yo, papá. Soy escritora, ¿sabes? ¡Palabra! No te lo hubieras imaginado. De mis hermanos, yo heredé esa parte de ti, supongo. Cuando publiqué mi primer libro, pensé que si firmaba Pérez Martínez y era un horror mi trabajo la gente iba a decir: "No heredó nada de su padre, esta pobre"; o si por el contrario, si tenía éxito, dirían: "La publican porque es hija de Pérez Martínez". Decidí abrirme el camino yo sola. ¿No crees que fue mejor? Y ya que hablé de mis hermanos, me apena contarte que Héctor, Javier y Luis Alberto, murieron. Murieron jóvenes como tú, aunque no tanto. Luis Alberto, está aquí, por cierto. También a él lo ataste a tu sombra. Lo siento, papá. Malas noticias, no todo es bueno. La Chacha ha estado malita, pero allí va.

Debo confesarte que durante una época estuve enojada contigo. Tuviste dos hijos que no debías haber tenido pues tu enfermedad estaba muy avanzada y sabías que no nos ibas a disfrutar. No lo niegues. No sé por qué no se cuidaron mi mamá y tú. Fuiste irresponsable. Y tampoco sé por qué antepusiste tu trabajo a tu familia. Pero al fin de cuentas, fue tu vida, no la mía. Luis Alberto y yo llegamos tarde y no te encontramos. Esa es la realidad.

Quiero que sepas que de tus hijos, a mí me dio por buscarte. Una obsesión. Un día me pregunté quién había sido Héctor Pérez Martínez y no descansé hasta saberlo. Al principio me costó mucho trabajo porque soy disléxica y no podía leer por más que me esforzara. Aprendí tarde pero bien, aunque a veces las letras me brincan y escribo una cosa por otra. Una letra por otra, aunque sepa que así no se escribe, luego me doy cuenta y me muero del coraje.

Descubrí tu lado como servidor público, tus pasiones, trabajo, libros, amigos... Me metí a los archivos tuyos y no, a cuanto papel olía a ti... y no es por nada, pero encontré a un hombre que me hubiera gustado conocer, conversar con él, al que no ubico como papá, no sé si me entiendas, sino como alguien a quien me dediqué a estudiar, como a un personaje público separado de mí al que podía juzgar por su larga trayectoria, por sus actos, por sus errores y aciertos, y no por los mitos familiares.

Leer tus artículos periodísticos me llevó a tus gustos, aficiones, intereses culturales. Husmear tu correspondencia me acercó a tu lado amable, franco, juguetón, servicial. Estudiar tus notas me llevó por el camino del investigador, del que no sacia fácilmente su curiosidad, del que se fija en los detalles. Analizar tus libros me obligó a fijarme en tu pluma, en tu forma de expresión, en las palabras que escogías, en los mundos que abarcabas. Está mal que te lo diga, papá, y más delante de toda esta gente que ha venido a recordarte en tu aniversario, pero de verdad tuviste una vida que asombra porque de ella se puede aprender.

Me da un poco de pena confesarte que también he escrito sobre ti: una novela, una biografía documental, muchos artículos; que he reunido tu obra, que cuidé tus papeles, que pujo porque se reediten tus libros, que me preocupo porque la gente te lea, te recuerde, te valore, porque más allá de que yo lleve tu apellido aunque no lo use: intelectuales tan completos como tú ha habido pocos. No te digo que seas lo máximo. Cumpliste con tus anhelos lo mejor que pudiste.

Me hubiera gustado ser alguien cercano a ti en el trabajo. Aprender a ver con tus ojos el mundo que viviste, los problemas que encontraste; por ejemplo, cuando tu gira como candidato a gobernador del estado. Un hombre cuidadoso en lo humano, en el trato, una persona auténtica en el deseo de servir. Allí están los textos de tus caminos por Campeche: encontraste una atmósfera difícil de remontar y todos saben que hiciste hasta lo imposible por cambiarla.

Un día que mi mamá tenía problemas económicos, una de sus amigas le preguntó si no podía ayudarse con tu herencia. Mi mamá contestó. "La única herencia que nos dejó Héctor fue la de un hombre limpio". Y es verdad, papá. Hoy cumples 62 años de haberte ido, y la gente, ya lo ves, sigue recordándote. Especialmente tu gente, los campechanos, porque saben generación tras generación que tu paso por el gobierno fue transparente, que en aquella época tan difícil tuviste arresto para luchar por los tuyos.

Hoy, papá, no vine a recordar tu biografía: aquí todo mundo la conoce. Saben de ti como periodista, diputado, gobernador, como oficial mayor, subsecretario y secretario de Gobernación; te han leído, han leído lo que se escribe sobre ti. Por eso te hablo en este tono, directamente.

He dicho poco de mi mamá porque no te alegraría saber que se las vio negras sin ti. Le dolió tanto tu partida que nunca se repuso. Yo siempre tuve una buena relación con ella, quizá porque la agarré cansada. Ella me formó. Un día, cuando lo juzgó conveniente, me mandó con mi tía Dora y mi abuelita María para que me enseñaran que todo esto que no viví contigo, para que me convencieran de que Campeche era también mío. Mi tía Dora lo hizo muy bien. Lo primero que me mostró fue la casa de mi abuelita que estaba allí mismo, cruzando la calle, ¿te acuerdas? Entonces ellos vivían en el Carmen; no quisiste que se quedaran aquí. Me trajo especialmente para decirme: "Aquí nació tu papá, aquí creció tu papá, aquí estudió tu papá, aquí están tus abuelos, bisabuelos, antepasados, los tuyos. Tú perteneces, tú eres de aquí. Aquí están tus muertos. ¿Entiendes? Entendí, papá. Me enseñó casa por casa, las de mis tíos, las de mis primos, la de los gobernadores en Santa Ana, las escuelas, las murallas, todo. El mar. Me enseñó a cocinar campechano, a comer campechano, a beber campechano, a cantar campechano, y yo me dejé envolver, fui alumna fácil y aprendí a gozar, respetar y amar todo esto que alguna vez fue tuyo.

Por eso creo en la educación, papá. Por eso, no te han olvidado, porque en las aulas de las escuelas repiten tu nombre, honran tu nombre, aunque sea sólo un nombre que se va quedando en los niños y las niñas, que se va haciendo familiar y no se olvida.

Tal vez te sorprenda oírme así. Vine a hablarte en público porque me invitaron a recordarte. Y como no te recuerdo, te reconstruyo una vez más.

Pensé que era mejor hacerlo así, en la intimidad, al fin y al cabo estamos entre amigos.

Sólo algo más, el Campeche que amaste ha cambiado mucho, tiene un traje nuevo, ya no es una grave dama venida a menos, su traje ya no está deshecho, como escribiste. Cada día que pasa Campeche está mejor; y me refiero no sólo a la ciudad sino al estado: ya no son ni una ciudad ni un estado encerrados en sí mismos, están abierto a la modernidad.

Sesenta dos años y sigues presente. Te felicito, no es fácil. De verdad, no es fácil. Se necesita haber trabajado duro, haber cuidado una reputación, haber hecho una carrera ejemplar. Vale la pena, ahora lo vemos. Yo te agradezco lo que me has dejado. Para mí ha sido brutal encontrar tu huella. Descansa, mi hermana, la Chacha, yo, ahí la llevamos.

Muchas gracias.

No hay comentarios: